Socialistos
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XUAN CÁNDANO.
En junio de 1977, los primeros sorprendidos con los resultados de las elecciones que dieron paso a la segunda restauración borbónica fueron los socialistas. Había vencido UCD, pero el PSOE le pisaba los talones superando el centenar de escaños. Por el contrario el PCE, que era el único partido con organización, cuadros y prestigio por su combatividad contra el franquismo, iniciaba el primero de sus repetidos fracasos electorales y comenzaba a tener un papel testimonial en la vida española. Los sueños de los comunistas y las predicciones de los analistas sobre un «sorpasso» a la italiana se esfumaron definitivamente con el escrutinio.
Para explicar aquella sorpresa, Alfonso Guerra, el único diputado que sigue en el Parlamento, citó por vez primera el término «memoria histórica», para referirse al apoyo de los españoles, 41 años después de las últimas elecciones democráticas, a un partido «desaparecido» durante la larga dictadura franquista. «Cien años de honradez y cuarenta de siesta», ironizaba poco después el sindicalista comunista Marcelino Camacho, a costa del eslogan de una campaña del PSOE.
¿Cómo el PSOE, que no era más que unas viejas siglas cuando murió Franco en la cama, se ha convertido en el centro de la vida nacional y en la más importante empresa de España, con una oficina en cada pueblo?
Porque se ha adaptado perfectamente a España, sin complejos y sin intentar cambiarla, como un traje se adapta a su dueño, con arrugas incluso, si resulta diestro el sastre. A la España de la picaresca, a la del enchufe, a la del «vuelva usted mañana» de Larra, que sigue vigente por mucha competitividad y mucha Unión Europea que nos menten, y no sólo en la administración de la justicia. A la España de la sangría y la paella, como la de los jóvenes socialistas sevillanos, que tomaron unas raciones en el campo y luego al Estado, tras pasar por Surennes. A la España de las colas en las grandes superficies, nunca en los museos ni en los conciertos de música clásica, como tengo visto en Rusia bajo la nieve, y eso que aquí se vive en la calle desde antes del cambio climático. No es un análisis despectivo, sino elogioso. Hace mucho tiempo que se hace política para disfrutar del poder, no para generar debates ideológicos ni mucho menos para cambiar el mundo: es el mundo el que cambia a los políticos. Hay que descubrirse ante el éxito arrollador de la marca socialista en el mercado de los votos.
Con la ley electoral y el «que viene el lobo» de todas las elecciones se han cargado a Izquierda Unida, que es su inagotable granero de votos, mientras la derecha se pudre en su penitencia por la larga noche del franquismo. Ellos están en el centro de la nada, que es todo en política.
El PSOE apenas tiene políticos brillantes, excepto Alfredo Pérez Rubalcaba y algún otro, ni se nutre del pensamiento elaborado, porque ya no existe, pero tiene la telegenia y la flor en el culo de Zapatero. Y eso basta.
Han dado con la fórmula mágica. Son progres para la moral y conservadores con el dinero. El capital tiene en ellos al mejor aliado. Son mejores guardianes de sus intereses que la derecha, porque son más discretos. El primero que debió botar de alegría en la noche electoral, como ZP en el balcón, fue el banquero Emilio Botín.
¿Hay vida pública, además del PSOE? Poca. Entre la pereza que da pensar y el vértigo de vivir a contracorriente, frente a ese enorme tinglado de intereses en instituciones, gobiernos, ayuntamientos, empresas, chiringuitos y el sindicato hermano, nada como la plácida siesta del conformismo.
Dice ZP que el PSOE es el partido que más se parece a España. En eso no se equivoca.